miércoles, 26 de febrero de 2014

Silencio

De pequeño me cosieron la boca, me unieron los labios con un hilo transparente. Podían verse los dientes blancos y enfilados, pero el nudo que apretaba los labios no dejaba expresarme.
Y es que me enseñaron a no hablar para no mentir, preferían el silencio antes de que se dañara la integridad de mi mente.
Subir al precipicio del deseo y luego caer sería lo último, una locura que espantaría a la sensatez, me decían. Una ternura demasiado plácida para ser cierta.
Me enseñaron a callar por el “que dirán” de los aburridos, a no mirar fijamente por si adivinaban mis pensamientos. Me advirtieron que la disciplina es el pan que alimenta la tranquilidad.
Estrecheces mundanas.
Pero hablar es sano, adelgazas con cada frase que liberas de la cárcel del miedo, sueltas el lastre que aprisiona tus huesos y respiras mejor.
Hablar es oxígeno, es abrir el espacio que ocupan los malogrados pensamientos. Después puedes comer porque desatas al estómago que está encogido, te desnudas, sientes el frescor de la libertad, redimes lo que creías olvidado y renaces.
Es como pasar página sin dejar de verla, como si pudieras conservar en tu memoria los párrafos leídos y adivinar el contenido de cada libro sin que esté escrito.
Hay quien ha muerto por sus palabras, quien ha matado por hablar, quien muere hablando. 
Yo prefiero mil veces sucumbir a la desdicha de una palabra, someterme a un verbo sabroso, contemplar el temblor de una boca tartamuda antes de padecer callado o de vivir atado a un pensamiento sin sonido.

Prefiero morir mil veces antes que vivir en silencio sin poder hablarte.

sábado, 15 de febrero de 2014

San Valentín

No soy valiente, aunque el mundo esté hecho para ellos. Probablemente confundí la valentía con el silencio. 
No fui el héroe de los cómics que aparece entre las nubes volando para salvar a la guapa protagonista.
No fui el amigo fiel al que no le cuesta decir te quiero cuando las ganas apremian. Ni siquiera degusté el placer de un apretón de manos o un abrazo oportuno.
No destaqué por ser el compañero de aventuras divertidas, ni contagié de risas momentos inolvidables.
Es cierto que siempre fuiste diferente. Tu olor no era la sorpresa del día sino el abrazo de la noche. Tu sonrisa no era la expansión de un momento sino el recuerdo de la eternidad. Tus miradas no despertaban la curiosidad por conocerte, solo abrazaban mi anhelo.
No fui el romántico que regala flores, ni interrumpí las tardes monótonas con frases cariñosas, no colgué muérdago en el portal de la entrada para besarte, ni siquiera San Valentín me prestó sus alas en febrero.
Solo esperé a que la energía del mundo empujara mi quietud, me aferré a lo incorporeo de los sueños y a lo etéreo de mi existencia, solo bailé la danza del deseo sin materializar mis miedos.
Por eso no creo en el día de los enamorados, en esa energía que vaga entre dos almas gemelas. No creo que la intuición haga real un amor, porque, aunque te desee a mi lado, sigues siendo un silente y volátil sueño.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Joyas de la literatura


El amor


Nuestro contorno era inacabable. Al norte los ojos de la madre, tan azules que no comprendíamos cómo el cielo seguía intacto. Al sur, la fortaleza del padre apuntalando nuestro vivir, manteniéndolo tan vasto como un incendio al que el viento incrementa.
Y por todos los puntos cardinales, el ciclamor y la noctiluca, el panul y la sogalinda, la zara y el nochizo, la dorada, la cicindela, el sicomoro y las mil aves del trino y del trasvuelo, las mil raíces que se abren en su día. Pero el humo, mientras, advertía que el hombre pasa y que el tiempo lo usurpa.
Un día impensado, del que no conservamos fecha ni nombre, una recia corriente se abrió paso en el pecho. El sentir, antes plácido, empezó a desterrarnos del presente, fuera de nuestros márgenes habituales. Turbulento, nos arrastraba hacia un espacio desconocido, nos obligaba a nosotros, los siempre libres.
La incertidumbre, cálida y temida, se propagó sin tregua, nos exaltaba atemorizándonos. Lo que no deseábamos, lo queríamos; lo que no ignorábamos, venía a sorprendernos; vivíamos de esperar lo rechazado. El corazón giraba buscando sin saber y se fijaba en lo que no entendía. Llamábamos, pero no acudían los amigos de siempre, y si llegaban ninguno de ellos sabía ya explicarnos la vida, abrirnos sus puertas: cada hombre debe lograr su albergue.
Así terminó un día el tiempo sin historia, las horas con leyenda. Nos vimos impelidos hacia una oscuridad, hacia una luz profunda que nos salvaba encendiendo con fuerza sus cuatro letras hondas.


Relato extraído del libro: Dinde
Autor: Luis Feria

miércoles, 5 de febrero de 2014

Desafío

La primera vez que tomé consciencia de mi cuerpo deforme frente al espejo, hice un pacto con el diablo.
Lo tenía atrás, mirándome con el rabo enroscado en el cuello y señalándome con la punta fina, triangulada y negra.
Se reía con esa risa grotesca y fría de la maldad, las cejas curvadas como el que está en una duda constante, la mano rozándose la barbilla con el índice coronado por una uña larga y retorcida, su cuerpo esbelto y rojo, detrás del mío, reflejado a retazos entre la neblina que lo envolvía.
Lejos de sentir miedo ante su espectro infernal me acerqué a su rostro, indagué en el fuego incandescente de su mirada y lo desafié.
Una sola pregunta fue suficiente:
No eres capaz de hacer que la belleza disimule este rostro incongruente, y que la giba de mi espalda deje de curvar mi torso, no eres capaz, por muy rey de los infiernos que seas, de corregir estas piernas rotadas como las garras de un monstruo, ni de hacer que mi miembro permanezca erecto como señal de poder.
Un solo desafío para exhortar al mismísimo demonio a que la mirada del mundo se transformara ante mi fea presencia.
Las carcajadas traspasaban los muros, el fuego carbonizaba las lozas del suelo, la ira transformaba el aire en un intenso humo asfixiante. Nadie había osado retarlo como yo, nadie en su eterna vida se había atrevido a dirigirle la palabra. Su presencia dejaba paralizado al mundo, el miedo mermaba a la humanidad, cegaba al que tenía la valentía de mirarlo.
Los desafíos despiertan la curiosidad a los malvados, los insta a probarse a sí mismos y les crea la necesidad de comprobar la magnitud de su poder.
No dijo nada, no dejó ningún conjuro en el aire, no lanzó rayos de fuego hacia mí, ni tembló el suelo mientras se alejaba.
El silencio se abrió paso entre la humareda que dejó lucifer al marcharse. Cuando el aire se aclaró y pude comprobar mi imagen en el espejo, nada había cambiado, ni una sola de mis deformidades. Seguía retorcido de fealdad, envuelto en los pliegues de un cuerpo inhumano y desagradable. Pero mis ojos tenían una mirada distinta, un verde intenso que rebotaba en el espejo y que me devolvía un nuevo rostro. Una mirada embaucadora, deliciosa, imposible de evadir, de esas que dejan sin habla al más mundano de los mortales, de las que no permiten otro deseo que tenerla. Una mirada que solo se podía definir con un nombre: belleza.

Ahora tocaba salir a la calle y ver la reacción de los humanos, si no me rechazaban, mi alma estaría eternamente maldita.