.jpg)
Un pañuelo en la cabeza y cubrirse el pelo esa es la señal de
que eres mujer.
Yo nunca aprendí a hacerme la trenza tan perfecta como mi
madre y taparla del todo, quizás porque no quería crecer.
Cuando me quedé embarazada de los mellizos lloraba si ellos
lloraban, cuando jugaban me tiraba al suelo a jugar también, cuando se peleaban
yo era la tercera en discordia.
Al nacer Nayik se derrumbaron las posibilidades de seguir siendo
una niña.
Mi madre me lo decía, aunque no llegaba a comprender:
Te casarás pronto y tendrás
que asumir el papel de esposa y madre.
Con quince concertaron mi matrimonio. Él era viejo pero
amable, gordo y feo, calvo con bigote, manos arrugadas y recias.
Cuando me lo presentaron cerré los ojos. Creo que pagó
bastante por mí, no lo sé, no lo vi, ni vi las monedas, ni las manos cuando me
desnudó, ni vi el pañuelo cayendo al suelo, ni siquiera vi el nacimiento de mis
hijos, ni noté cuando me tocó por segunda vez y por tercera, ni cuando bufaba,
ni cuando me volvió a tocar, ni cuando engordé. No vi nada, ni mi futuro.
Abro los ojos cuando construyo un castillo de naipes. Los
niños a veces me tiran las cartas y me enfado y protesto, pero vuelvo a
colocarlas, el tiempo pasa muy deprisa entre carta y carta. En alguna ocasión
ha llegado a tener tres plantas y abro mas fuerte los ojos pero siempre se caen
cuando oigo sus pasos, las manos me tiemblan y los parpados vuelven a
cerrarse.
El día que consiga construir uno muy alto, tanto que me
sobrepase, ese día me refugiaré entre sus paredes antes de que se caiga y me
aplasten sus cimientos.