Mujer, 30 años, media melena rizada, salpicada con
canas apenas perceptibles.
Trabajo como administrativa de unos
grandes almacenes. Manejo bien a los jefes a los que les pongo mirada sin fondo
y expresión plana como paralizada, para
no entrar en roces personales. Hay que pasar desapercibida delante de los
grandes, la subordinación es la clave del éxito en el trabajo, así los de la
planta alta sólo saben de ti por tu trabajo. No hay que meter la cuchara en la
olla del dinero.
Con los empleados mantengo las distancias.
Eso de: ahora mando yo, a
algunos les gusta pero, reconozco que no es uno de los mejores papeles que
interpreto, seriedad, palabras monosilábicas y graves, mirada por encima de las
lentes y labios apretados. Demasiada tensión y esfuerzo cuando no se tiene
condiciones. Agotador.
Diariamente voy al gimnasio, pero con
distinto horario. Allí la sonrisa es la protagonista, me dejo llevar por la
adrenalina y escondo los complejos debajo de las mayas negras de licra y
los sujetadores elásticos.
Con mis amigos salgo una vez cada dos
semanas, es curioso como cambia el semblante y las palabras según hables con
unos u otros.
Mi mejor amiga es Lidia, alta, rubia y
pecosa, somos muy distintas pero conectamos desde el primer día. Es de esas
personas con las que hablar es fácil, con las que el silencio es agradable y
los músculos se dejan de notar. Pero ella no sabe que tengo secretos que nunca
le contaré, hay que guardar una parte de la intimidad bajo candado de plomo
porque hay terrenos donde no se puede deambular ni con tu mejor amigo.
Los otros habituales: Pedro, Jose, Susana,
Teresa, Bicho y Mary son variopintos cada uno con un encanto personalizado en la mirada, los gestos, palabras y actos, pero con cada uno tengo bien
definida la parcela de mi vida que quiero compartir.
Con mi pareja es diferente, soy diferente,
más dúctil, más niña, a veces me dejo querer, a veces quiero. Sincera unos días,
callada otros, cansada en la noche, risueña en la siesta. Quisiera decir que
seguramente sea la persona que mejor me conoce, pero no es cierto, porque
cuando me quedo sola, cuando el silencio aparca delante de mi y me abre la
puerta, cuando la mente analiza las horas del día y el interruptor de las
palabras ha formado frases que hasta dudas que sean tuyas. En ese momento comprendes que ni tú mismo te conoces, que eres mil y un personajes dentro de
ti, que puedes caminar en la cuerda floja y al segundo ser el equilibrista más
grande, que eres sabio en minutos e ignorante en segundos. Que lloras de
alegría y ríes de dolor.
Nadie, ni yo misma, sabe cómo soy.